Desde que salí de casa de mi familia hace 10 años he vivido en 11 casas. Antes de eso ya habíamos pasado juntos por 7 viviendas más. Así que podría decirse que he crecido empacando y desempacando constantemente. Lo segundo que más me divierte de este modo de vida (sí, hacer maletas es uno de mis placeres culposos) es la de la búsqueda del próximo techo. Cuando uno decide cambiar de casa pareciera que el cielo es el límite. Puedes soñar con el barrio que más te guste, la forma en la que quieres que el sol te despierte, la distribución de la cocina y el color de las baldosas de tu bañera. Así empiezas una especie de citas a ciegas en la que con suerte encontrarás un par de candidatos, que si bien no son lo que te imaginabas, se parecen bastante.
Debo confesar que me enorgullece decir que por más casas que he tenido, ninguna ha sido menos de lo que esperaba. No se si ha sido por azar o tengo un don que debería explotar comercialmente pero nunca una búsqueda inmobiliaria me ha decepcionado. La gente siempre me pregunta que cómo hago. Yo confieso que paso mucho tiempo coqueteando con casas nuevas. Incluso cuando he estado más satisfecha con la mía, no he dejado de visitar periódicamente los buscadores inmobiliarios. A veces paso horas y horas mirando departamentos sólo para saber qué hay por ahí. Y entre las mil cosas que consigo, hoy particularmente me topé con una belleza, muy por encima de mi presupuesto pero digna de guardar para futuras referencias. Si alguien está interesado en alquilarlo puede hacer click acá
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